Crítica de El poder del Tai Chi
Si hay alguien en Hollywood ligado al término “de culto”, ese es Keanu Reeves. Y es que son muchas décadas metido en saraos de ese tipo, algunos millonarios, como Las alucinantes aventuras de Bill y Ted, Le llaman Bodhi, Mi Idaho privado, Drácula, Johnny Mnemonic, Speed… hasta llegar a lo Matrix y reinventar el cine. El poder del Tai Chi, su debut como director, llega a España después de provocar una indiferencia absoluta allá donde se dejó ver.
El sueño de Reeves, rodar una peli de artes marciales en China (no va a ser solo Tarantino el que tenga luz verde para estas cosas), se convierte en realidad y nosotros seremos testigos de su valentía, puesto que estamos ante una peli de artes marciales de las de antes, con un torneo privado de por medio y alguna sorpresa que moderniza una trama tan trillada en el género como abandonada en el tiempo.
El director se reserva el papel de villano de la función, no esmerándose demasiado en ello y recitando automáticamente sus líneas, pero se perdona gracias a su empeño en rodar lo más bonito y agradable posible cada uno de los locos y elegantes combates de la película, que son muchos.
La trama policial pasa sin pena ni gloria y la vida personal del protagonista fuera del ring no interesa a nadie, pero se deja ver con agrado gracias al empeño y esfuerzo del que fuera una de las estrellas más brillantes del cine durante la década pasada.
Buenas peleas de primer nivel, cuidado y esmero en la dirección y algún momento divertido, a pesar del escaso carisma de su protagonista, el especialista e instructor de Reeves Tiger Chen, proporcionan un buen rato de adrenalina gracias a una película donde apenas hay palabras. Aquí lo que hablan son los puños.
Un buen entretenimiento añejo mucho más elegante que la brusca El hombre de los puños de hierro, con la que formaría un modernísimo programa doble que hace treinta años habría reventado los cines, los videoclubs y la cara de alguno al salir del cine.
3 / 5