Crítica de El Dictador (2012)
Después de sacar a Ali G a dar una vuelta por los cines en una comedia guarra con formato de aventura de Mr.Bean y de conocer la gloria de la transgresión con Borat y Bruno, ambas dirigidas por su colega Larry Charles, ya tenemos entre nosotros lo nuevo de Sacha Baron Cohen.
El Dictador es la película más cara de cuantas ha rodado al servicio de cualquiera de sus personajes –más del triple de presupuesto de Borat- y en la que abandona el formato documental -agotado- de Brüno y Borat para acercarla todavía más al gran público sin que se resienta demasiado su habitual sentido del humor, bizarro y políticamente incorrecto.
Aquí, salvo en un atropellado primer acto que parece una sucesión de sketches de cualquier gala televisiva y que resulta demasiado genérico para una filmografía como la de Cohen –recuerden el burrísimo inicio de Brüno-, y a pesar de buscar al gran público -como si no lo tuviera ya: Borat recaudó más de 250 millones de dólares en todo el mundo- la película se mueve constantemente por el agitado mar del humor de sal gruesa, el chiste guarro y la incorrección extrema, recordando en ciertos momentos a la última gran comedia de Adam Sandler, la divertida Zohan: licencia para peinar.
Bien secundado por la siempre eficaz Anna Faris y con muchos cameos, Cohen y los suyos llevan en volandas al espectador hasta un desenlace algo precipitado, pero siempre desternillante.