Crítica de El caballero oscuro: la leyenda renace (2012)
En el encantador documental La vida de Roger Corman, Jack Nicholson y el propio Corman hablan de El terror como la peor película que rodaron juntos. Aquella era una película que terminó dirigiendo el productor después de que Coppola -y alguno más- lo intentara antes para dejarla a medias. En el documental ambos se mofan una escena en la que el personaje interpretado por Dick Miller explica, en una frase que parece no tener fin, todo lo que había pasado en una película totalmente incomprensible.
A mil años luz de aquella modesta película de serie b tirando a z se encuentran las películas de más de dos horas de Christopher Nolan, que, no obstante, debe recurrir a trucos parecidos a los de Roger Corman. En el esperado broche final a su -personalísima, que duda cabe- trilogía sobre el hombre murciélago hay algunos personajes que, de vez en cuando, deben usar el viejo truco de la infinita explicación para un público que no entiende nada de lo que está pasando: y no quiero decir que el público sea tonto, lo que quiero decir es que hay pasajes de la película en la que los únicos que entienden lo que está pasando son los personajes, y a duras penas.
Espectacular y ruidoso, el tercer Batman de Nolan tiene en su contra varios factores lo suficientemente importantes como para evitar quitarse el sombrero otra vez -en caso de haberlo hecho antes, claro-, ya que su director ha logrado lo que prentendía desde un principio y ha rodado una película de Batman sin Batman. Y además acercándose a las tres horas de duración. Pero lo más grave no es que la presencia del murciélago sea testimonial, es bastante más molesto comprobar que la película es exactamente igual que su predecesora: mismo plan de villano, misma ejecución, misma resolución, mismas situaciones… todo lo hemos visto hace poco tiempo. De hecho, por momentos la película luce como un montaje especial de las dos primeras películas con el añadido de un Bane que empieza como un Terminator y termina en las antípodas de la dureza.
Si a eso añadimos los dos o tres momentos de bochorno habituales de la saga, como la conversación en el hospital -con pasamontañas- o el epílogo con la revelación de uno de los personajes, todo por darle más gravedad y solemnidad de la estrictamente necesaria para una adaptación de un personaje de DC, el resultado, al final, vuelve a dividir a la platea entre la admiración y el odio. Bueno, y también entre la indiferencia.