Crítica de El bosc (2012)

No hay duda de que Óscar Aibar es uno de los directores más personales y menos convencionales de nuestro cine. Atolladero, la obra maestra Platillos volantes y la injustamente olvidada La máquina de bailar, uno de las mejores aproximaciones a la comedia descerebrada norteamericana, son tres ejemplos perfectos de esa falta de complejos tan necesaria en nuestro cine.

El gran Vázquez, biopic fantasioso de Manuel Vázquez, creador de Anacleto, agente secreto y otros iconos del tebeo nacional, fue el trabajo más ambicioso y, contra todo pronóstico, arriesgado, de su filmografía. O lo era hasta la llegada de El bosque.

Ahora el director revisita la Guerra Civil instalándose en el Bajo Aragón, donde una familia esconde un secreto que va más allá de nuestra comprensión y mucho más allá de la que los rodea. La situación social y personal de Ramón, el protagonista, hará que tenga que huir de su masía. Aunque no se trata de una huida habitual.

Si M. Night Shyamalan ya había tratado La Guerra de los mundos desde una perspectiva intimista, Aibar se la juega con un relato fantástico más cercano a El espinazo del diablo o El laberinto del fauno, pero lo hace adaptando un cuento de Albert Sánchez Piñol donde los tópicos de la ambientación pueden despistar, pero en el que los pequeños detalles juegan con nuestra mente hasta llegar a un desenlace tan alucinante como inesperado. ¿O no?

El bosc es una película pequeña, una nueva muestra del talento y la imaginación de un director valiente que no conoce el miedo ni el ridículo. Y el desenlace de esta pequeña gran epopeya torea ese miedo hasta llegar a desencajar la mandíbula del más escéptico. Una marcianada inolvidable.