Crítica de El alucinante mundo de Norman (2012)
En Los mundos de Coraline, la adaptación de la novela de Neil Gaiman, Henry Selick tenía vía libre para recrearse en otro cuento de terror para niños. La película, que personalmente me gusta más que la obra en que se basa, funcionó como un reloj suizo, a pesar de los amagos de bajonas pochas que sobrevolaban su metraje.
Laika Entertainment, la compañía responsable de la película -y de La novia cadáver de Tim Burton- contraataca con una película con otros objetivos en mente, más alejados del cuento clásico y apegados al género zombie de los años ochenta. Paranorman, -excelente título lamentablemente alargado y desvirtuado por aquí-, es una apasionante carrera contrarreloj protagonizada por Norman, un chico marginado en la escuela que ve a los muertos.
El stop motion de El alucinante mundo de Norman, como el de ¡Piratas!, es un regalo para los ojos, y aunque la producción de Aardman era bastante más loca y divertida, ambas están destinadas a público más adulto que infantil, sin que los más pequeños se sientan excluidos del festín audiovisual, lleno de referencias a nuestros monstruos favoritos. Lo mejor de la película, los melancólicos paseos de un chico al que solo saludan los fantasmas del pasado, que marcan el tono agridulce desde el principio. Puede que algo más de marcha no le sentara mal, pero tampoco vamos a pedirle más a un juguete como Paranorman.
Eso sí, la fiebre de las tres dimensiones tiene que parar en algún momento y aparecer cuando sea necesario, como en La vida de Pi, porque inflar -más- las entradas de cine, con la que está cayendo, es una práctica demasiado peligrosa.