Crítica de Argo (2012)
En los últimos cinco años, Ben Affleck ha pasado de ex-musa de Kevin Smith a director prestigioso chapado a la antigua. Como George Clooney, Affleck se ha ganado una reputación más que merecida con tres películas y tres aciertos.
Después de adaptar a Dennis Lehane en su debut, el drama noir Adiós pequeña, adiós, Affleck dio un paso al frente con The Town. Ciudad de ladrones, otro estupendo drama criminal con algo más de movimiento disfrazado de película pequeña, justo lo contrario que la sobrevalorada Heat.
Hoy llega a nuestras pantallas Argo, su tercer film como director y en el que mejor ha sabido jugar sus cartas. Thriller político inspirado en hechos reales, magníficamente recreados -véanse los créditos finales-, que no teme decantarse del lado palomitero, Argo recuerda a Zemeckis, John Williams -excelente banda sonora de Alexandre Desplat- y al cine de entretenimiento inteligente que tanto necesitamos. La película, que arranca casi como una historia de terror -el asalto a la embajada-, pasa por el cine dentro de cine y la comedia negra en cuanto aparecen en escena John Goodman y Alan Arkin, el primero interpretando al oscarizado John Chambers, creador de las prótesis de El planeta de los simios (1968) o diseñador de maquillajes para El fantasma del Paraíso de Brian De Palma.
Producida por George Clooney, Argo no pasará a la historia del cine ni será excesivamente recordada en el futuro, en parte por los todavía existentes prejuicios sobre su director, pero es una excelente demostración de cómo el thriller político y el drama realista pueden ser emocionantes y divertidos. Te dejará sin uñas.