Crítica de Aprendiendo a conducir
Si algo consigue Isabel Coixet siempre con sus películas es no provocar indiferencia. Amada y odiada a partes iguales, algo que nunca se le podrá reprochar es que su filmografía carezca de personalidad. Después de experimentar con el terror psicológico con ‘Mi otro yo’ y con el drama social con ‘Ayer no termina nunca’; llega ‘Aprendiendo a conducir’, una agradable comedia con Nueva York como escenario y que tuvo una mención especial, por parte del público, en la 39 edición del Festival de Toronto.
Darwan, refugiado político indio de la casta Sij, se gana la vida como taxista y dando clases de conducir en una autoescuela. Se convierte en un accidental testigo de una discusión conyugal donde Wendy ve cómo su matrimonio se derrumba cuando su esposo la abandona en el taxi que conduce Darwan. Ella es una escritora de éxito en Manhattan y, con dudas, decide sacarse el carné de conducir. Para ello, contará con las lecciones de Darwan, que le ayudará a reencontrarse consigo misma y buscar su autonomía.
Siendo un trabajo por encargo, lo cierto es que Coixet consigue un desafío increíble: Lograr el equilibrio entre darle su propio toque personal y llevar elegante y solventemente un pedido que, a priori, corría el riesgo de convertirse en un trabajo de transición para un proyecto más grande. Sin embargo, y quizás sea por ese amor confeso que tiene la realizadora catalana a la ciudad neoyorquina, lo cierto es que ‘Aprendiendo a conducir’ se convierte en un experimento más de la directora, que lleva una temporada de retos cinematográficos irregular tras la floja ‘Mapa de los sonidos de Tokio’, hacia la comedia con resultados realmente gratificantes y que se convierte en el mejor filme de la cineasta desde ‘Elegy’.
Dos polos opuestos, la burguesa escritora con una fuerte crisis sentimental y el humilde pero honrado taxista con una ética honorable, es algo ya visto en las cintas de Coixet. Sin embargo, en esta ocasión, esa tragedia y aflicción que le da la realizadora lo rebaja notablemente reduciéndolo a sus circunstancias. Porque la directora se ha puesto optimista en esta propuesta, donde apuesta por una protagonista femenina que busca la autonomía y no un amor imposible, una mujer que tiene ese desafío –el de caminar consigo misma– que metafóricamente es aprendiendo a conducir, ya que era su marido el que siempre estaba delante del volante.
Con un guión medianamente solvente escrito por Sarah Kernochan, creadores de los libretos de ‘Nueve semanas y media’ y ‘Lo que la verdad esconde’, y amadrinada por Thelma Schoonmaker, que está detrás de gran parte del montaje de los filmes de Martin Scorsese; ‘Aprendiendo a conducir’ es una agradable comedia de verano, una elegante y sostenida propuesta de Coixet, un giro positivo que le beneficia a la cineasta española.
Cierto es que, para ser una comedia, tiene un ritmo que la lastra levemente, pero gracias a sus excelentes interpretaciones (Patricia Clarkson y Ben Kingsley están estupendo y mantiene, más que un duelo, una alegre conversación sobre la felicidad) y una buena dirección, provocan que ‘Aprendiendo a conducir’ sea una estupenda y amable propuesta para esta época del año. Una película cargada de buenas vibraciones y que la convierten en una de las propuestas del cine feel-good del año. Quizás no sea la obra definitiva de la realizadora, pero, a nadie le amarga un paseo por las calles de la Gran Manzana.