Crítica de El Plan
Antonio de la Torre, Raúl Arévalo y Chema del Barco configuran el compacto trío protagonista de El plan, una dramedia de marcado origen teatral que se apoya en los actores y en un texto sólido aunque con un final discutible.
El plan de Polo Menárguez
Sorprende el salto cualitativo que esta película supone en la carrera del hasta ahora desconocido Polo Menárguez, autor de un solo largo de ficción hasta la fecha, Dos amigos, casi experimental e inédito en las pantallas, y que ha pasado de repente a rodar con el inevitable Antonio de la Torre y con Raúl Arévalo, casi los dos actores de más prestigio del país con permiso de Luis Tosar y de Javier Gutiérrez. Probablemente estos nombres se han sumado al proyecto motivados por tratarse de la adaptación de una obra de teatro de Ignasi Vidal con personajes bien escritos y desarrollados dentro de una corriente que en su momento se llamó realismo sucio: protagonistas de clase social media baja que se encuentran situados en puntos diferentes de la delgada línea entre la mediocridad y la exclusión social.
Tres hombres al borde del abismo
Y, precisamente, el fantasma de traspasar esa línea es lo que sobrevuela una historia que transcurre en tiempo real y en un escenario único. El guion no se molesta en disimular el origen teatral de la película, y ese aroma a teatro adaptado es sin duda el principal handicap de El plan, una narración que carece de entidad propia como obra cinematográfica. El trabajo con la cámara no pasa de ser correcto y subordinado al texto, sin conseguir desarrollar un concepto audiovisual. Y no porque se trate de un encargo, porque, al ver su obra anterior Dos amigos, es fácil comprender lo próximo que se sentiría el director a un relato que gira en torno a las mismas constantes: la amistad masculina, la inmadurez, un ambiente cerrado y el peligroso confort en una relación que se va volviendo tóxica.
La comodidad de Menárguez con una narración sólida y la profesionalidad de tres actores para los que sus personajes son pan comido, además de vehículos para su lucimiento, y por otra parte el ser el guion un buen punto de partida para un debate sobre la crisis de la masculinidad, son elementos más que suficientes para justificar el visionado de El plan, cuya historia se sintetiza en menos de 80 minutos para no tener ni una sola fisura ni irregularidad en el ritmo.
No obstante, no estamos ante una de las mejores películas del año, no solo por la teatralidad ya mencionada, sino por un final que, o bien busca a toda costa la sorpresa, o bien pretende cerrar el discurso sobre la decadencia del macho con un golpe de efecto incongruente con el tono llevado hasta ese momento. Aunque esta historia podría ocurrir en la realidad, y eso es probablemente el mensaje que quieren transmitir la obra de teatro y la película, el cine tiene su propia verdad y sus propios códigos que no deben ser forzados.
Tráiler de El plan