Crítica de Dobles Vidas
Olivier Assayas nos ofrece una muestra del cine de autor francés que redunda en todos los tópicos que se suelen adjudicar al cine galo, incluyendo la presencia de la diva Juliette Binoche y del menos famoso internacionalmente pero habitual del género Guillaume Canet. El desfile de problemas sentimentales y crisis creativas de un grupo de gafapastas entre la mediana edad y la madurez da una tremenda sensación de hartazgo y déjà vu.
DOBLES VIDAS de Olivier Assayas
El director Olivier Assayas representaría la quintaesencia del cine francés de autor: de familia de cineastas, antiguo crítico de Cahiers de cinéma, admirador de los grandes nombres de la nouvelle vague, también antiguos críticos de la misma revista, y guionista de directores tan relevantes como André Techiné o Roman Polanski. Aunque su filmografía como director presenta un cierto abanico de registros, algunos de sus títulos, entre los que figura el que nos ocupa ahora, su último trabajo hasta la fecha, son perfectos ejemplos del continuismo llevado al extremo de la tradición de su país, es decir, la repetición de los clichés sobre el cine francés: snobs parisinos ególatras que se reúnen en sus pisos céntricos de lujo para comer, cenar y sentar cátedra con sus opiniones acerca de la evolución de la literatura, los puentes entre realidad y ficción, el conflicto entre arte y mercado, la adaptación del mundo cultural a las nuevas tecnologías, etc. Además de sus charlas pedantes, somos testigos de sus igualmente previsibles y aburridos vaivenes sentimentales que, una vez más, consisten en cincuentones que engañan a sus mujeres con veinteañeras mientras ellas les devuelven la pelota acostándose con los antiguos mejores amigos de su marido.
Cuando el cine francés se convierte en un género
Dobles vidas es tan ensimismada y tan poco interesante como la clase social a la que describe y a la que va dirigida. La evolución desde Final de agosto, principio de septiembre, un título de cierto renombre dentro de la filmografía de Assayas de hace veinte años, es nula, y sin embargo en ese tiempo han pasado muchas cosas en la sociedad y en el cine. No obstante, tanto el director como sus personajes se han quedado aislados y ajenos a lo que pasa a su alrededor y no perciben que la porción de la sociedad que los admira, que quiere ser como ellos, o que al menos empatiza con ellos, se va mermando año tras año. Al mismo tiempo su obra se vuelve cada vez más ombliguista y autoreferencial y se convierten en autores que solo saben hablar de sí mismos y llevar a cabo relatos deconstruidos de semificción sobre su propia vida.
Este cine de autor francés ya no corre el riesgo de convertirse, sino que a los ojos de muchos espectadores se ha convertido en un género, y podríamos decir que un género en decadencia. La actualización no pasa por sustituir las charlas de café sobre Bergman o Fellini por charlas de café sobre Twitter o Instagram, sino en empezar a interesarse por lo que ocurre fuera de las cocinas burguesas e intelectuales del centro de París.
Esto no quita que quien tuvo retuvo, y Dobles vidas, a pesar de insistir en caminos más que trillados y de ser una película ya envejecida desde su estreno, cuenta con excelentes actores y con un director y guionista que es brillante cuando es capaz de salir de su zona de confort, como hizo en su trabajo anterior, Personal Shopper, que, aunque también giraba en torno a los ricos y famosos, exploraba territorios del cine de suspense y de terror consiguiendo un híbrido como mínimo curioso de ver. Ese sería, no el único, pero sí un posible camino si Assayas y otros directores de su ámbito no quieren verse reducidos a la irrelevancia o a la caricatura de sí mismos.
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