Crítica de Carmen y Lola
Tras alguna polémica bastante agria (la película tuvo que ser retirada de la muestra de cine de mujeres de Pamplona por las protestas de una asociación feminista gitana) llega a las pantallas Carmen y Lola, la primera historia de amor lésbico ambientada en el mundo gitano en el cine español. Muy criticada por su visión estereotipada del mundo gitano, su trama es muy sencilla y su principal mérito es poner sobre la mesa varios temas no habitualmente presentes en el cine español y servir de punto de partida para el debate.
CARMEN Y LOLA de Arantxa Etxevarria
En la pasada edición de los Goya muchos de los asistentes llevaron lazos y símbolos de apoyo a la presencia de más mujeres en las pantallas y en los oficios del cine. No obstante, el discurso de la igualdad imperante, al menos en los principales medios de comunicación, parece acabarse ahí, puesto que en esa misma gala nadie hizo ni una referencia a la ausencia prácticamente total en el cine español de personajes y de profesionales inmigrantes o pertenecientes a otras razas y culturas. Las películas que se centran en el mundo de los gitanos se pueden contar con los dedos de una mano (Rey gitano de Juanma Bajo Ulloa, o Gitano, protagonizada por el bailaor Joaquín Cortes) y casi siempre se centran en estereotipos jocosos y pintorescos del gusto de los payos, en la línea del éxito de los Gypsy Kings televisivos.
¿Denuncia feminista o versión lésbica de los Gypsy Kings?
Precisamente, las abundantes críticas desde el mundo gitano a Carmen y Lola han venido por perpetuar los tópicos del mercadillo, las fiestas familiares multitudinarias, el fervor cristiano en el culto, las adolescentes pedidas y, en líneas generales, una sociedad endogámica, cerrada en sí misma, patriarcal, obsesionada por la perpetuación de sus familias y ritos, sin expectativa alguna de modernización y asfixiante para los diferentes, en particular para las mujeres. Solo un personaje de la película supone un punto de vista distinto y una tabla de salvación a la que se pueden agarrar las chicas protagonistas frente al resto de la colectividad, que aparece retratada como una masa represora homogénea. La directora ha echado más leña al fuego al declarar, con torpeza nada exenta de paternalismo, que su película denunciaba la situación de las mujeres gitanas al no tener estas voz por sí mismas, sin mayores matices; hubiera limado muchas asperezas acotar su relato a una parte concreta del mundo gitano, sin duda la más visible y la que más concuerda con los estereotipos, pero no hacer generalizaciones sobre su totalidad, así como recordar que existen familias, colectivos y estratos sociales en el mundo payo igual de cerrados, machistas y homófobos que los que describe su película.
Es cierto que Carmen y Lola se recrea en los ritos sociales de los vendedores ambulantes con una mirada más de turista en busca de lo exótico que costumbrista, que el retrato social es simplón, con un desarrollo muy básico de los personajes secundarios y carente de más tramas que enriquezcan la historia de amor lésbica central, cuyo esquema narrativo es también muy simple y previsible: flechazo inmediato por parte de una de las chicas que tiene que sacar del amario a la otra, en principio reticente; luego cambio brusco de actitud por parte de esta última y desarrollo en secreto de la relación hasta un clímax dramático final.
No obstante, tal vez no se deba exigir más ni ver desde una óptica excesivamente adulta una historia de primer amor prohibido adolescente, rodada por actores no profesionales y que se adentra en varios terrenos casi inexplorados en el cine español. La película fluye, se ve con facilidad pese a tratarse de una pequeña producción y los resultados obtenidos con los intérpretes se pueden calificar de bastante notables. El debate generado, acerca de la representación de diferentes colectivos discriminados, de quién tiene derecho a hacerlo y cómo debe hacerlo, es sin duda enriquecedor y representa un éxito en sí mismo.
Tráiler de Carmen y Lola