Crítica de Una pastelería en Tokio
Crítica de Una pastelería en Tokio
¿Qué película de cine estás buscando?

Verlaine en sus poemas dijo: “Los sollozos más hondos del violín del otoño son igual que una herida en el alma de congojas extrañas sin final”. Un delicado texto sobre la época más melancólica del año es ideal para presentar ‘Una pastelería en Tokio’ la nueva película de la realizadora japonesa Naomi Kawase que regresa a las salas españolas tras la mística ‘Aguas tranquilas’.

Sentaro regenta una pequeña pastelería-cafetería en Tokio en la que su especialidad son los dorayakis. Su día a día gira en torno a rutinas incómodas en las que ve la vida pasar. Wakana es una joven estudiante que visita al negocio con cierta asiduidad para llegar a su casa lo más tarde posible. Un día con las primeras flores del cerezo naciendo aparece Tokue, una simpática anciana que ofrece su ayuda en la elaboración de los dorayakis. Reticente al principio, la receta de la pasta de anko de la anciana hará que el negocio prospere y la presencia de Tokue hará que Sentaro y Wakana vean la vida de otra forma.

Crítica de Una pastelería en Tokio

Basada en la novela homónima de Durian Sukegawa, la cineasta explora nuevos retos al ser su primera adaptación. Pero eso no significa que la realizadora haya olvidado sus señas de identidad más representativas. Puesto que ‘Una pastelería en Tokio’ sigue apostando por una mayor conexión consigo mismo, con la naturaleza y por las relaciones personales.

El personaje interpretado por Kirin Kiki derrocha vitalidad y encanto aunque sea una mujer en plena senectud. De hecho, es clave para que los otros dos personajes, los de Masatoshi Nagase y Kyara Uchida entiendan lo importante que es la vida, ya que es lo único que realmente se tiene. Tokue es una anciana que no ha tenido un camino sencillo, que fue obligada a vivir apartada por padecer lepra pero que tiene una vitalidad y una energía inusuales. Kawase denuncia las contradicciones de una sociedad en las que las telecomunicaciones son de una tecnología muy avanzada pero que carecen realmente de las conexiones más importantes: Las humanas.

No sólo la realizadora hace suyo el relato de Sukegawa, también lo convierte es una interesante metáfora sobre cómo encauzar el camino de cada uno. Si la vida ofrece limones, habrá que elaborar limonada o, en este caso, dorayakis. El dulce típico japonés es el símbolo ideal para mostrar ese mensaje. El sabor que desprende esos bollos que prepara con sumo mimo Tokue significa cómo una mayor sintonía con los tiempos que ofrece la vida consigue crear una armonía personal liberadora.

Crítica de Una pastelería en Tokio

Además de ofrecer una entrañable fábula sobre las relaciones humanas y una crítica social sobre los graves prejuicios que tiene la sociedad japonesa a todo aquello que es “impío”, Kawase tiene tiempo para mostrar bellas imágenes, llenas de poesía e intenso espíritu. Es curioso que en España la cineasta haya conseguido lanzar sólo tres de sus largometrajes, y dos en un mismo año. Quizás sea una señal de que darle oportunidad a un cine diferente y lleno de alma tiene todavía público.

Aunque no llegue a los niveles de profundidad de ‘El bosque del luto’ y ‘Aguas tranquilas’, ‘Una pastelería en Tokio’ es un agradable y amable relato costumbrista con la huella Kawase y con un ligero recuerdo a producciones del Studio Ghibli como pueden ser ‘La colina de las amapolas’ o ‘Recuerdos del ayer’. Un intenso relato lleno de lirismo con las estaciones del año como acompañamiento. Ya lo dijo el escritor indio Rabindranath Tagore: “Que la vida sea hermosa como las flores de la primavera, y bella la muerte como las hojas de otoño”.

Puntuación Final:
4.5 / 5 Valoración de Una pastelería en Tokio 4.5 sobre 5
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