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Después del injusto rechazo instantáneo que provocó Hulk, Ang Lee se llevó una sartenada de premios y prestigio con la famosa Brokeback Mountain, para dispersarse con Deseo, peligro y, sobre todo, Destino: Woodstock.

El director de Tigre y Dragón vuelve a lo grande, mostrando su conocimiento de la composición y rodando, en tres dimensiones, la adaptación de la novela de Yann Martel, algo impensable hasta hace poco tiempo.

Crítica de la vida de Pi

La vida de Pi es una película majestuosa que se sostiene sobre su propia belleza, arrebatadoras imágenes llenas de luz y color retratan el largo viaje a la deriva de Pi, un joven de diecisiete años que deja su vida en India y el zoo familiar para marchar, junto a los suyos, rumbo a Canadá. Una tormenta hundirá el barco y solamente el joven, un tigre de bengala, una cebra, una hiena, un ratón y un orangután sobreviven a la catástrofe a bordo de un bote salvavidas.

Al igual que sucedía en su película sobre el verde marvelita, a pesar de superar –por poco- las dos horas de metraje, La vida de Pi avanza de manera fluida gracias al exquisito y dinámico montaje del habitual colaborador de Lee, Tim Squyres. Si en La invención de Hugo, la aventura tridimensional de Martin Scorsese, fallaba el factor emocional, en parte, por la fuerte apuesta de su director en el apartado visual, Ang Lee ha sabido dotar de alma y emociones la aventura del joven Piscine. Consigue que el espectador sufra, pero también agradezca, las fuertes emociones que se dan en la película, a la que la excelente banda sonora de Mychael Danna ayuda tanto como la fotografía del chileno Claudio Miranda, que ya demostraba en Tron: Legacy, que era capaz de fotografiar cosas imposibles.

La Vida de Pi

Mención aparte para el debutante Shuraj Sharma y para Richard Parker, el hermoso tigre de bengala digital que, puestos a pedir, se merece tantas nominaciones como César, el chimpancé de El origen del planeta de los simios.

A pesar de cierto tufillo new age, que nunca molesta, La vida de Pi merece ser vista en todo su esplendor, en la pantalla más grande posible y con las gafas puestas, porque el cine en 3D sí merece la pena cuando se trata de una película con tanta magia y vitalidad. Absolutamente recomendable.

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